Ayyy! – Se quejó la mujer que tenía sentada frente al espejo en un sillón del salón de belleza
-Me haces daño!
Elena la miro despreocupadamente como si nada hubiera ocurrido y le dijo:
A quién no le gusta que le hagan un masaje capilar?
Elena era estilista, no peluquera, llamarse así estaba mal visto.No, ella no era una simple peluquera.
Una estilista imagina, diseña y ejecuta. Como si de una obra de arte se tratara. Ella hacía eso.
Su afición a tocar cabellos comenzó cuando muy niña. Tal vez con 6 u 8 años.
A esa edad le atraía la cabeza de su abuela, blanca y de abundante cabello rizado que recogía en la nuca en un pequeño moño o «chignon»francés.
Elena siempre se acercaba para observarla mientras se peinaba y luego la convencía que le dejara hacer ese pequeña bola de pelos y le ayudaba a colocarse las horquillas que lo fijaban en su lugar.
En el colegio se las arreglaba para persuadir a sus compañeras de curso a que le permitieran peinarlas y el disfrute que le producía tocar esos pelos finos, gruesos, castaños o negros, rubios o rojizos, era comparable a un día de fiesta o una ida a comer helados y golosinas.
Nunca fue buena en el colegio, no se le daban bien los estudios. Las horas que pasaba sentada en clases, eran para ella similares a una tortura. Por eso al acabar sus años escolares básicos anunció a su madre que entraría a trabajar a un Salón de Belleza.
Eso había ocurrido hace ya diez años y mientras estuvo trabajando trató de ahorrar lo más que pudo para poder levantar su propio negocio.
Al cabo de un tiempo de tener el salón, su fama había crecido, especialmente por la originalidad de sus trabajos.
Sus peinados nunca se repetían y utilizaba pócimas secretas para dar brillos y relampagueantes colores a las cabelleras.
Los entresijos de los trabajos capilares que realizaba en las clientas eran cada vez más extravagantes e intrincados.
La mujer del sillón siguió protestando por un rato, hasta que pareció adormecerse.
Elena la dejo dormir y dirigió hacia una puerta que daba a la bodega. La abrió y entró en busca de algunos materiales y herramientas para proseguir su trabajo.
El lugar estaba en penumbras y un calor húmedo junto a un fuerte olor acre, hacía el ambiente casi irrespirable.
En la tenue penumbra se podían observar algunas siluetas de cabezas femeninas colocadas en repisas a diferentes niveles.
Algunas estaban con los ojos cerrados como dormidas y tenían la piel diáfana similar a la porcelana. Otras estaban cubiertas por un velo como si esperaran el término de un trabajo iniciado.
Todas estaban prolijamente peinadas. Una llevaba un peinado como una torre de pelos de maíz ensortijado y teñido de color azul. Más allá una mujer joven tenía sus ojos muy abiertos y su cabello era una fina viruta metálica dorada que emitía pequeños destellos en la escasa luz del recinto.Hacia el fondo de la habitación , había una con una gran cabellera de crin de caballo grueso y brillante peinada como cascadas negras que caían hasta el suelo y así muchas otras cabezas que parecían estar en sereno sueño y exquisitamente adornadas con escultóricos peinados de diferentes estilos.
En un rincón a la derecha de la habitación, colgaban en forma ordenada todo tipo de herramientas cortantes y punzantes: sierras, cuchillas,punzones y un poco más abajo se podían observar agrupados por tamaño, varios frascos de cristal etiquetados que contenían líquidos: cloroformo, alcohol, formaldehído, ácido acético etc.
Elena sonrió satisfecha mientras descolgaba una sierra y tomaba un frasco de cloroformo.
Este trabajo sería su obra maestra – se dijo –
Salió de la bodega cerrando la puerta y se dirigió hacia el salón donde su clienta dormía placidamente.