Tu risa…… inesperada en un instante, provocadora y envolvente, alegre, divertida, casi inocente, fue lo que me enamoro de ti……! como hubiera querido conservarla, oírla día tras día para poder sentirme viva!….

Pero la vida no siempre te permite reír ……y  ahora ya lejano tu amor, creo a veces tu risa venir….

Irrealidad

«La libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad; es creación y osadía»

Eugene Ionesco

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……Y tú? Cuál es el motivo para querer verme ? Constatar algo que te has imaginado de mí sin conocerme ? Entablar una amistad verídica pero fugaz ?

Acaso no es hermoso vivir en el irreal mundo de la fantasía y la imaginación? Me he hecho adicta a eso contigo.
He notado que tú no eres comunicativo y no dejas aflorar tus sentimientos con frecuencia.
Durante estos años he aprendido a leer en tus posts . Siento que tenemos un lenguaje secreto y que me dices cosas sin decírmelas. Eso me hace feliz por momentos.
Me basta imaginarme que hablamos y tú me dices lo que yo pongo en tus labios y yo te digo justo lo que quiero, sin más y sin menos.
El mundo real es duro, sin magia, tengo miedo de romper esa irrealidad de mis fantasías en la que tú y yo nos comprendemos perfectamente.
Por qué no seguir en ese mundo?

 

 

 

Sensaciones

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Ya todo terminado entre nosotros no queda mas que decir.

De aquellos días de fuego y sed no hay mas que un leve recuerdo.

Los sentidos tienen la memoria débil y aunque deseamos que las emociones  permanezcan para siempre en nuestra piel, se desvanecen como niebla de alborada empujada por la luz del sol.

Nuestros días y noches de búsqueda ansiosa se marchitaron junto a tu silencio arrogante y mi tristeza muda.

Mi alma siente el despojo de sus ansias de ti y tu ya no sientes nada por mi.

Seducción

img_2829No quiero que busques la luz de mis ojos, que ya no son claros sino turbios y acuosos.
Te engañaste conmigo creyéndome hermosa, de piel de porcelana y labios carnosos.
Mis años son muchos y de largo deambular, de logros y extravíos que tú aún no has conocido.
Mi piel está tatuada con la intensidad de los días, consumida y débil como instantes ajados .
La culpa me asalta por haberte atraído, con falsas luces rutilantes que nublaron tu vista.
Mis fingidas promesas te hicieron soñar, creyendo tenerme para siempre y gozar.
Pero hoy he decidido aflojar tus ataduras y dejarte volar, aunque me duela, no te puedo atesorar .
Espero no me odies y me sepas perdonar, tu eres el futuro y yo voy hacia el final.
De veras me aflijo, solo intentaba regresar al ayer, robar un tiempo ajeno y volver a soñar.

Despedida

Despedida

Vuelves a mi memoria…..

 

cristalina

Ayer supe que  te has ido para siempre de este mundo.La noticia me impactó por lo inesperada y repentina.Casi no te conocí, apenas hubo algunos encuentros hace muchos años, en nuestra juventud.Tu querías entrar en mi vida y no te lo permití.

Según me contaron, tu partida fue trágica y seguramente dolorosa.No supe mas , pero por alguna razón extraña me sentí  culpable.Acudieron a mi memoria algunos recuerdos de aquella feliz  época de estudiantes.

Tú, alegre, risueño, siempre rodeado de amigos y amigas.De largas conversaciones y entusiasta del arte, el teatro,en fin, de  la vida.

En nuestro último encuentro, se perdieron tus ilusiones respecto a mí y te lo dije tal vez en forma fría.Te ofrecí mi amistad, pero la rechazaste.Fue la ultima vez que hablamos, no me lo perdonaste.

Ahora después de tantos años, pienso que nunca te olvidé, a pesar de que no hubo nada entre nosotros, el recuerdo…

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Anhelos

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Soy una vividora de la vida, el amor y la naturaleza.

Absorbo cada día la luz del amanecer, me embriago con el brillo del sol sobre el mar, gozo con la visión de las flores cubiertas de rocío y aspiro hasta adormecerme el aire límpido de las montañas.
A veces siento que no me alcanzarán las horas de vida para hacer todo lo que anhelo:
Correr por un prado verde como en una alfombra mullida de flores, caminar por la noche en las arenas del desierto sin más luz que las estrellas, deslizarme por una montaña cubierta de diáfana y fría nieve, flotar en el agua tibia de mares y lagos hasta adormecerme, volar entre las nubes del cielo azul, sin más nada que no sean mis alas abiertas.
Dormir entre tus brazos sin un ayer ni un mañana, sino un hoy.

Terremoto

Terremoto

Esa noche  se presentaba como  una de las más frías y oscuras de aquel invierno. Varias  veces por semana Ileana caminaba a esa hora de la noche desde la salida posterior del servicio de emergencia donde trabajaba, rumbo a  la estación de trenes que la llevaría de regreso a su casa en una pequeña ciudad cercana.

El frío y húmedo aire la golpeó en el rostro apenas enfiló hacia la esquina de la amplia avenida Pedro Montt. Le gustaba el aire del puerto habitualmente húmedo y cargado de aromas tan dispares. De pronto  emergía  junto a la salobridad marina habitual un aroma  lejano a café, tal vez de la fábrica que se emplazaba no lejos del Hospital.

Otras veces era el turbio olor a emanaciones de gas  provenientes del gasómetro del Cerro Barón, demasiado cerca del centro de la ciudad y por cierto un peligro para sus habitantes. Eran los aromas con los que había comenzado a convivir  desde que inició sus estudios en la universidad y tuvo que  asistir a sus  prácticas clínicas en ese antiguo  hospital.

Era el olor a una vieja ciudad portuaria en la que se entremezclan la  disímil arquitectura de sus antiguas y coloridas casas descolgadas de los altos cerros, con los edificios clásicos y señoriales o los nuevos y  modernos de la ciudad. Convivían junto a estos, pequeños rincones de restaurantes y  cafés venidos a menos donde era frecuente encontrar a grupos de alegres estudiantes en amenas charlas. Ese era el puerto, una ciudad de viajeros pero también  universitaria donde había pasado los últimos  12 años de su vida.

Aspiró el aire húmedo y salino  subiéndose la capucha de su “montgomery”. Atrás quedaba  el incesante ajetreo del  personal sanitario que atendían las emergencias que no se detenían durante todo el día y la noche. Sus pensamientos vagaron en torno  al caso que acababa de atender. Una mujer casi desfalleciente por una hemorragia producto de un intento de aborto, era al igual que otras muchas que le tocaba ver, joven, pobre, y desamparada. A pesar de que ya llevaba casi  9 años  trabajando en ese hospital, no terminaba  de acostumbrarse a la visión diaria del dolor, la sangre y la desesperanza de la mayoría de los dramáticos casos.

Tenía 30 años recién cumplidos aunque siempre había representado menos. Era de estatura mediana, delgada pero  bien formada, tez clara levemente mate ,facciones finas y regulares y una mata de cabello  ondulado que debía mantener permanentemente controlado con un pasador para calarse la “toca”, complemento decorativo que todas las de su profesión  llevaban en la cabeza. Lo más  llamativo de ella eran sus grandes ojos pardos algo melancólicos que daban al rostro  y a su aspecto general un aire  romántico y de otra época.

Era considerada  una profesional eficiente  a la que sus superiores  veían como  una de las mejores de su área, sin embargo  desde hace algún  tiempo, no sabía por qué,  no se sentía  cómoda. En particular con el trabajo que tenía que hacer, no alcanzaba a darse cuenta si era por la impotencia que la asaltaba  cada vez que llegaba el caso dramático de una  mujer al borde de la muerte, o por  la contradicción de haber estudiado una profesión cuyo objetivo fundamental era ayudar a traer vida al mundo. Lo cierto que llevaba algunos meses cuestionándose su trabajo y en general su forma de vivir.

Su sentido del deber  y de la responsabilidad era  uno de los rasgos predominantes de su carácter lo que muchas veces la hacía parecer rígida  y poco flexible ante las eventualidades de la vida, sin embargo ella se sentía satisfecha con esta forma de ser, consideraba que una de las cualidades primordiales de todo ser humano es cumplir con su deber o la tarea con la que  cada persona se ha comprometido.

Se había recibido muy joven, apenas de 21 años. Cuando muchas chicas de su edad piensan en salir, divertirse, viajar o incluso seguir estudiando, ella había comenzado a tener responsabilidades de adulta sin apenas darse cuenta. Además, se había casado muy pronto con Andrés , su novio de siempre, apenas éste terminó su  carrera de Licenciado en Ciencias Sociales.

Vivían en  un pequeño departamento en un  pueblo cercano la ciudad. Lo que llaman habitualmente ciudad dormitorio donde los alquileres son más baratos. Eso que era lo que podían permitirse. Hace tres años había nacido la pequeña Ana sin que Ileana  hubiese pensado siquiera en  dejar el trabajo  para criar ella misma a su hija, así es que apenas Ana cumplió los 3 meses la colocaron en un Jardín Infantil  al  que todavía seguía asistiendo.

No podía decirse que era infeliz en su matrimonio. Vivía sin grandes sobresaltos económicos. Salían de vacaciones, iban a algunos espectáculos o eventos artísticos, salían con amigos en algunas ocasiones cuando su  horario de guardias se lo permitía. Andrés era trabajador, marido preocupado y buen padre.

Su relación había durado varios años y el casarse fue la culminación lógica de un romance juvenil que ha madurado. Nunca  pensó siquiera en la posibilidad de otro hombre. Ni antes ni después de estar casada. Su sentido del deber no se lo hubiera permitido. No le habían faltado pretendientes, por el contrario, en todas las épocas de su vida tuvo dos o tres enamorados  empedernidos que no cejaron durante años en tratar de vencer su resistencia.

Sin embargo ahora su percepción era que había perdido algo de su juventud al casarse tan joven. Estos pensamientos la asaltaban al irse a dormir cuando por la costumbre de las guardias nocturnas de tener que permanecer alerta y  despierta, el sueño se le trastocaba  y tenía una noche en blanco.

Su vida se le escurría entre los dedos sin una gran emoción. Esa era una de las razones por las cuales durante el último tiempo había comenzado a imaginarse cuál habría sido su destino si no se hubiese casado con Andrés o si  no hubiese seguido esa profesión.

Durante el trayecto diario en el tren de ida o regreso  a su trabajo, miraba  por la  ventanilla las  hileras de casitas o pequeñas edificaciones  habitacionales  que bordeaban la línea ferroviaria o se erigían cercanos a ella en las calles adyacentes. La mayor parte de ellas no eran ni ricas ni fastuosas, sin embargo Ileana se sorprendía  adentrándose  mentalmente en el interior de esos hogares y en su imaginación se veía viviendo esas vidas que no le pertenecían.

Esas  cavilaciones eran como un juego para ella, imaginándose  como una mujer distinta cada vez y sintiéndose vivir amores intensos y diferentes.

El tren de las 21.00pm estaba colocado en la vía ya listo para partir. Ileana apuró el paso para alcanzar a llegar sin contratiempos al andén, cuando sintió un fuerte movimiento bajo sus pies y ese ruido conocido y siniestro como truenos que se mezcla con el que hacen objetos pesados y cristales de ventanas  al caer al suelo. -¡Es un terremoto!! -pensó y echó a correr hacia un claro para ponerse a salvo de cables o postes de alumbrado que podían caer sobre ella. No le temía a los terremotos, ya había pasado desde niña varios de ellos, por lo que cada vez más, tenía más claro lo que debía hacer sin perder el control ni ponerse histérica como le ocurría a mucha gente.

En ese país todos saben que lo peor que se puede hacer durante un movimiento sísmico es perder el control y correr sin sentido. En lugares abiertos lo mejor es quedarse en un sitio a resguardo de cornisas y postes con cables eléctricos a la espera de que todo pase. En lugares cerrados sin posibilidad de salir, buscar una mesa y colocarse debajo de ella.

Ileana recordó su hija Ana, en Andrés su marido, en su madre, sus hermanos, en fin, en todos los conocidos, tratando de ubicarlos a cada uno en algún lugar donde ella pensaba que estarían a salvo. Seguramente ya se encontrarían en casa a esa hora sobretodo una noche fría de invierno como ésta. Intentaría llamarlos apenas pudiera, pero lo más seguro era que ya se hayan  cortado todas las comunicaciones.

El movimiento telúrico siguió por algunos minutos mas  los que le parecieron eternos, sola en medio de la calle, a oscuras porque no había ninguna  luz e inmersa en un tétrico ulular de sirenas, golpes y gritos por doquier, chirridos de neumáticos de frenéticos vehículos intentando llegar a algún sitio.

Cuando por fin todo se hubo detenido pudo caminar unos metros para darse cuenta de la magnitud del siniestro. Por donde mirara había derrumbes de techos o paredes de viejas edificaciones repartidas por el suelo, el polvo que se levantaba de toda esta  escena era asfixiante y la hacía parecer como una escena de película futurista.

Pensó que lo más lógico era regresar al hospital para ver si podía llamar por teléfono y enterarse de lo que había sucedido ya que seguramente habría muchos daños al tratarse de un edificio tan antiguo. La distancia hacia su lugar de trabajo era de casi tres calles desde donde estaba. Mientras hacía el recorrido pudo ver grupos de personas abrazadas y llorando en la calle, otras arrodilladas con las manos unidas mirando hacia lo alto e implorando perdón.

Al llegar a la esquina del edificio hospitalario pudo ver la magnitud del daño, la casi totalidad del ala donde ella trabajaba que era la maternidad, se había hundido. Había mucha gente corriendo de un lado a otro rescatando cuerpos  de enfermos a los que arropaban en la calle para poder llevarlos posteriormente a un sitio seguro.

Al parecer nadie había muerto, pero había mucho que hacer para organizar todo mientras llegaba el día y podría hacerse una evaluación más realista de los daños.

Ileana entró al sector de urgencia donde pudo observar un incesante movimiento de personal médico y de enfermeras atendiendo a los pacientes afectados e incluso a los propios funcionarios heridos o en shock.

Rápidamente se colocó una bata blanca que encontró limpia  y se puso a las órdenes de los profesionales que estaban a cargo del proceso.

Entre las personas que se hallaban esa noche cuando ella “libró “estaba Rodolfo, un joven médico que habitualmente hacía guardias de noches en el equipo con el que ella trabajaba. Se saludaron rápidamente y él le pidió su ayuda con algunas pacientes que se encontraban con trabajo de parto en ese momento. No eran amigos, simples conocidos y durante las noches de trabajo habitual apenas intercambiaban palabras relacionadas con los casos que atendían.

No pudo llamar a nadie por teléfono esa noche ya que todas las comunicaciones estaban cortadas. Tampoco podía irse porque se había suspendido todo tipo de transporte público por tren o por carretera y salvo que tuviera un automóvil propio no podría marcharse a casa. Así es que rogando que todo estuviera bien con los suyos, se sumergió en el trabajo de asistir a mujeres que dieron a luz más que lo habitual, presumiblemente debido al miedo y la tensión por el terremoto. Durante la noche no dejó de temblar la tierra, produciendo algunos daños adicionales y el consiguiente miedo de todo el mundo, que lo único que deseaban era poder descansar.

Cerca de las 6 de la madrugada, junto con aclarar, las cosas comenzaron a tranquilizarse. Rodolfo la invitó a tomar un café en una de las pequeñas salas que aun estaban en pie, aunque era café de un termo ya que la electricidad aun no había regresado, lo sintió reponedor y se lo bebió ansiosamente.

Por primera vez pudo observar a Rodolfo de forma diferente a como lo hacía habitualmente. En general Ileana evitaba todo tipo de trato amistoso  con compañeros de trabajo en el hospital por  su forma de ser bastante tímida  y para librarse de posibles  habladurías que eran muy frecuentes en ese medio. Además el estaba soltero y ella estaba casada.

El se enteró ahí que ella  tenía una hija y ella supo que él vivía aún con sus padres bastante mayores en una de las ciudades dormitorio, bastante cerca a la de Ileana. Contrariamente a lo que le ocurría habitualmente, se sintió cómoda conversando con él y dejó su acostumbrada rigidez a pesar de la situación de emergencia en la que estaban.

Terminado el café ella miró la hora y decidió que ya era tiempo de marcharse a su casa para ver qué había ocurrido, primero tenía que ver cómo podía llegar. Rodolfo se ofreció a llevarla ya que le cogía de camino a su propia ciudad. Ella titubeó, no estaba segura de querer hacerlo. Habitualmente ella se negaba a que alguien la llevara en auto y prefería darse el viaje en tren que tardaba el doble de tiempo.

Rodolfo la miró tratando de convencerla con argumentos irrefutables: “no hay otra forma de llegar Ileana” Ella sonrío y asintió. Ya estaba bien de ser tan llena de remilgos, esto era una necesidad por su marido y su hija, no un paseo, se dijo.

Fue a buscar sus cosas que las tenía en otra salita y quedó con Rodolfo para encontrarse en el aparcamiento de coches fuera del hospital.

Comenzaron el trayecto en silencio, la visión de toda esa destrucción de la ciudad a su alrededor hacía  inadecuado cualquier conversación que sonara trivial o intrascendente. El trayecto se tardó  más allá de lo habitual porque el camino tenía una gran cantidad de cortes y desvíos por derrumbes.

En un momento Rodolfo le dijo… ¿eres feliz en tu matrimonio?  Ileana enrojeció. No se imaginaba por qué él podría haberle hecho esa pregunta, ¿acaso se le notaba tanto que no estaba del todo satisfecha con su vida?

“Sí, claro que lo estoy.” Se escuchó a sí misma, tratando de convencerse de algo que ella en sus más íntimos pensamientos pensaba que no era así.

El la miró y sonrió, “por supuesto que estás feliz”. No dijo más, acto seguido le espetó: Mañana tengo guardia nocturna otra vez, nos veremos allí entonces, en el trabajo.

Ileana se bajó del automóvil,  al llegar al edificio de departamentos donde vivía, todo se veía en orden. Alguna que otra cornisa había caído y una que otra grieta en la fachada, pero nada importante.

Subió de dos en dos los escalones hasta llegar a la puerta del apartamento y lo abrió. Allí estaban Andrés y Ana con la angustia reflejaada en sus rostros  al  no saber de ella desde el día anterior. Corrieron a abrazarse los tres contándose mutuamente como habían vivido esas horas terribles.

Ileana, sintió un amor infinito por su marido y ternura por su pequeña hija. La grieta que tenía desde hace un tiempo en su corazón, con el terremoto de anoche parece haberse cerrado. Su profesión era importante, anoche lo había constatado, ayudaba a gente, traía vida.

Andrés también lo era, ahora se daba cuenta. Esa aparente falta de emoción en su vida no era tal, necesitaba a su marido y a su hija, ahora lo sabía. Quería estar ahí para ellos. Se sintió feliz  y agradecida de tener esa hermosa familia.

 

Cerros de valparaíso
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El encuentro

El encuentro

Ella había decidido  finalmente  hacer ese temido pero anhelado viaje. Sabía que su vida cambiaría drasticamente después  del encuentro que iba a tener en aquella isla de ensueño, desconocida, pero imaginada.

Él le había descrito muchas veces el lugar: era un paraíso de arenas ardientes, mar turquesa y sol sin fin. Los atardeceres invitaban a los enamorados a mirar el horizonte con las manos entrelazadas a la espera que llegara  la oscuridad  para hacer el amor bajo las estrellas.

Mientras el avión descendía hacia ese pequeño pedazo de tierra rodeado por el azul mediterráneo de África del norte, ella sintió un calofrío al recordar los mensajes de amor compartidos con él.

Se conocieron  6 meses atrás, por decirlo de alguna forma, porque en realidad nunca se habían visto personalmente.  Se descubrieron en internet y solamente habían compartido algunos mensajes de texto, una cierta llamada telefónica en  idiomas ininteligible  para ambos  y algunos cortos mensajes de texto en francés.

Eso había sido todo. El le había sugerido viajar, se conocerían  y serían unas vacaciones maravillosas.Ahora se preguntaba como ella tan juiciosa, responsable y prudente había caído en esta situación. Hacía  más de dos años que evitaba todo contacto o acercamiento sentimental con algún hombre por temor a un nuevo fracaso. Había nacido en Sudamérica, pero ahora vivía y trabajaba en Grenoble, Francia.

Acababa de cumplir 32 años pero se sentía muy vieja y triste por las frustradas experiencias sentimentales de su vida pasada.  Se había casado aun siendo muy joven, con diecisiete años  y a la sazón tenía dos pequeños hijos que vivían actualmente con su madre en su lejano país al borde del Pacífico.

Pensó  como era posible que ese hombre 7 años más joven, pudiera haber conseguido entrar en su corazón y su mente de esta manera. Tal vez ella estaba necesitando de esta experiencia voraz que la consumía al punto de hacerla perder el razonamiento?

El avión tocó suelo y ella salió de sus reflexiones .Ahora se enfrentaría al ansiado momento del encuentro con su amado.

Había reservado una habitación en el Hotel Penélope Beach Djerba. Se lo habían recomendado por tener una hermosa vista hacia el mar. Se encontrarían una hora después de su llegada, en la habitación del hotel.

Ella se lo había pedido así, deseaba tener tiempo para relajarse, bañarse y prepararse para recibirlo. Esta no era una visita cualquiera, venía  a conocer  a ese hombre y a la entrega mutua con esa pasión que los consumía a ambos. El  solo pensamiento de ese encuentro la conmovía profundamente.

Finalmente se  puso un vestido de gasa color crema, sandalias doradas  de tacón  con tiras finas que se amarraban al tobillo,  se  colgó unos aretes como gotas y  una fina cadena de oro alrededor de su cuello. Era hermosa, siempre se lo decían.

Tenía la piel  blanca  con un tinte  mate, era delgada  y  bien proporcionada. Sus grandes ojos verdes siempre llamaban  la atención. Era de  sonrisa fácil y alegre. Enmarcaba su rostro un  cabello castaño rizado y rebelde que le daba  una apariencia juvenil.

Se perfumó ligeramente y salió al balcón. La vista era hermosa, el mar turquesa siempre  en contraste  con la suave arena blanca. El cielo era de un azul profundo.El atardecer era calmo y tibio.

En eso estaba cuando tocaron a la puerta. Su corazón dio un vuelco; era su amor.

Abrió la puerta  lentamente y lo vio de pie en el umbral: alto, delgado, moreno, dulces ojos color marrón, labios  sensuales  y cabello oscuro. Su rostro lucía una barba de tres días.

Vestía una camisa de lino blanca entreabierta y ella pudo observar la sombra de vellos en su pecho. Lo encontró joven, hermoso y viril.

Ninguno de los dos habló, pero se sonrieron mientras él la mira dulcemente atrayendola hacia él.

Se besan suavemente, después el la lleva hacia la cama y comienza a acariciarla apasionadamente. Ella se siente en un torbellino y no sabe qué hacer ni cómo actuar, solo se deja llevar por el instinto y la pasión que los envuelve a ambos.

La experiencia que ella vive esa noche con aquel desconocido al que amaba locamente es diferente a todas las que hubiera podido tener en su vida en aquellas lejanas y frías tierras sudamericanas. Él le había mostrado un nuevo camino del amor, profundo y apasionado que no podría olvidar en toda su vida.

El tesoro

Tienes que ayudarme con los signos …. debo identificar que quieren decir esas marcas, solo así podré llegar al lugar exacto de la tumba y comenzar la excavación.
Leyó el mensaje y se quedó un momento pensativa. Ella no era arqueóloga y el le pedía en un mensaje de texto que descifrara los unos signos antiguos encontrados en unas montañas en las afueras de Tokat, Turquía. Absurdo, porque aunque hubiese sido arqueóloga, sin ver el lugar ni poder hacer un análisis exhaustivo del entorno, el material o conocer el soporte de los signos, no podría decirle nada.
Ahmet le había confesado que deseaba cambiar el rumbo de su vida. Dejar su  empresa de arquitectura de la que era parte con sus hermanos, para dedicarse a la búsqueda de tesoros arqueológicos.
Una locura, le había dicho ella y además ilegal…. no eres arqueólogo y supongo que querrás vender lo que encuentres….. eso es expolio….está penado por la ley y además haces daño al patrimonio arqueológico de tu país.
De nada valieron esos y otros  argumentos para que desistiera de su aventura. Ahmet tomó la decisión de terminar la sociedad que tenía con sus hermanos en Antalya y partir a Tokat donde tenía su antigua casa.
Durante todo ese tiempo le envió mensajes contándole sus planes y pediéndole ayuda para poder  ir aprendiendo elementos básicos  de arqueología que le permitieran incursionar en su nueva afición.
El era muy insistente y además siempre le repetía  que la amaba desde el primera vez que la vio en su antigua ciudad turística donde ella había ido de vacaciones con unas amigas.

Se habían conocido fugazmente en una discoteca de Antalya. Ahmet tenía  42 años estaba separado y tenía  un hijo. Era macizo de físico corpulento. Su rostro tenía ese atractivo extraño de los hombres turcos, moreno y de mirada profunda.
Ella no buscaba ninguna una aventura de verano así es que  todo terminó como un simpático encuentro y pocas palabras porque el no sabía mucho inglés. Las perspectivas eran de una  futura amistad a la distancia si es que tenían la constancia de escribirse.
Y así estuvo sucedido durante los últimos  4 años en los que el le narraba  sus periplos en busca del ansiado tesoro. Se había propuesto encontrar una tumba que según  el estaba localizada en unas ruinas de una zona  alta de difícil acceso hacía el sudeste del país. Nunca fue claro con la ubicación de las ruinas que buscaba. Tal vez después de todo, tenía cierto temor que ella al no estar de acuerdo con su locura pudiera delatarlo a las autoridades.
Era la desconfianza propia de las personas que viven en países donde a pesar de una aparente tranquilidad subsisten grupos armados escondidos en las montañas o terroristas ocultos bajo otra identidad dispuesto a traicionar o llegar a matar incluso a un familiar.
Durante esos años hablaron mucho, de todo lo posible entre dos amigos. De religión, de política y sobre la situación de su país y el problema kurdo.También le contó sobre su matrimonio y como había acabado. Le envió fotos de su hijo que ya se hacía mayor y tenía novia. Estuvieron en contacto permanente cuando el tuvo que operarse de una afección al estómago, en fin, esa amistad se fue tejiendo día a día, aunque no exenta de algunas discusiones motivadas  sobretodo en su insistencia en que ella se fuera a vivir con el a Turquía, porque la amaba intensamente y la haría la mujer más feliz del mundo.
Ella nunca hizo caso de esas fantasías y siempre le dejó claro que eso jamás  sería posible porque pertenecían a dos mundos diferentes.
El se ofendía y pasaban  algunas semanas o meses sin contactarse y luego volvía nuevamente buscándola y contándole lo que estaba haciendo  como  si nunca hubiera habido ningún desencuentro  entre ellos.
Durante el último tiempo había empezado a cambiar el tono y estilo de sus mensajes. Estos eran sombríos, hablaba mucho de morir y de que no tenía miedo,  de los problemas  políticos de su país, de la situación internacional, de las injusticias con el pueblo kurdo etc. Parecía que algo le hubiera sucedido en esas incursiones por el sudoeste donde según le había contado tenía unos amigos a los que estaba ayudando y que pertenecían al PKK             ( Partido de los Trabajadores del Kurdistán). En los últimos mensajes que recibió de el volvió a hablarle  del amor que sentía hacia ella y que nunca la olvidaría. Le mencionó un viaje a Malatya por algunos días y de allí a Gaziantep.
Ella tuvo un mal presentimiento cuando al cabo de seis meses no llegó ningún mensaje de Ahmet. Las noticias sobre atentados suicidas en la zona vino a confirmar sus peores temores.
Hoy ya hace un año de lo sucedido  y está casi segura de que Ahmet  murió en alguno de esas escaramuzas terroristas

. Su extraño y eventurero amigo nunca más le enviará esas imágenes de tumbas y signos.  Tampoco recibirá los mensajes de amor en un idioma tan difícil de descifrar. Lo ha extrañado mucho y lo seguirá extrañando por mucho tiempo.